Colombia llegó a su máximo nivel de inflación. Un análisis del sistema productivo en crisis y de los cambios que el país espera bajo el gobierno de Gustavo Petro.
La enfermedad holandesa
La inflación en los precios de los alimentos y en los productos dependientes de las importaciones está disparada. La razón: Colombia tiene una participación muy escasa en las cadenas de valor de bienes y servicios de mayor complejidad tecnológica.
Para entender lo anterior, necesitamos recordar que un país sufre más o menos inflación según sea el mercado para sus exportaciones. Como Colombia depende de las exportaciones minero-energéticas, el precio interno del dólar está anclado a los precios del petróleo. Esas exportaciones han disminuido, pero la dependencia del petróleo se mantiene.
Este es el resultado de una política irresponsable que quiso aprovechar el boom minero-energético, aunque durara poco y desalentara una nueva industrialización en Colombia. Hoy vivimos las consecuencias de haber invertido esa bonanza en adquirir bienes importados, en perjuicio manifiesto de la industria y de la agricultura colombianas. Es lo que llama los economistas la enfermedad holandesa.
La pérdida de participación de la industria dentro del PIB es la otra cara del aumento de participación del sector minero-energético; al mismo tiempo, la agricultura ha perdido el 50 % de su participación en los últimos 30 años.
Colombia no supo vincularse a las olas de innovación de las últimas dos décadas. Tampoco tuvo la infraestructura para adoptar las nuevas tecnologías ecológicas que están revolucionando el mundo.
Colombia necesita de dos o tres años para satisfacer la demanda interna de insumos y de productos alimenticios, y otras necesidades de industrias y servicios avanzados.
El problema consiste en que los gobiernos, los gremios y la academia fueron cómplices, o muy pasivos, al no usar o no pensar alternativas para usar los recursos de la bonanza. Esta abundancia de divisas ha debido servirnos para desarrollar nuevas industrias, para aumentar la productividad de la agricultura, de las cadenas agroindustriales, y producir la tecnología de base.
Esta bonanza efímera dejó, sobre todo, desequilibrios macroeconómicos, internos y externos. Los gobiernos no actuaron con determinación para inducir el cambio necesario de la economía, como pretende hacerlo el presidente Petro.
Aunque este modelo ha llegado a su final, el gobierno apela a la tecnología del fracking para extraer los últimos barriles de petróleo y metros cúbicos de gas. Esta es la única solución para la Colombia actual, pues no tiene más sectores ni más desarrollo tecnológico para sustituir rápidamente los recursos fósiles.
Hace pocos días, el Consejo de Estado permitió los pilotos de fracking en clara oposición al presidente Petro, y a pocos días de su posesión.
Esta es la reacción de una Colombia desindustrializada: no esperar a conocer la política del nuevo gobierno, y abrir con premura un caso que llevaba dos años en los escritorios de los magistrados.
Bajo las circunstancias anteriores y de manera resumida podríamos decir que:
Si la guerra en Ucrania se prolonga, el problema del abastecimiento de alimentos y materias primas se alargará. Colombia necesita de dos o tres años para satisfacer la demanda interna de insumos y de productos alimenticios, y otras necesidades de industrias y servicios avanzados.
Mientras tanto, solo puede haber subsidios a las importaciones, y esta es una estrategia que agravaría el déficit en las cuentas internacionales.
Las malas decisiones del Estado y la falta de previsión para el momento posterior a la bonanza dejaron rezagos muy severos. Por eso urge una política de reestructuración productiva y de innovación que corrija las fallas del mercado y del Estado.
Colombia necesita una mejor articulación entre el Estado y las empresas en torno al cambio tecnológico. Por eso importa conocer los resultados del empalme en los ministerios de Comercio, Industria y Turismo (MCIT); de Ciencia, Tecnología e Innovación (MCTI); y de Minas y Energía (MME).
Los programas de estos ministerios deben apuntalar el cambio en los patrones productivos y en las exportaciones de Colombia, porque -además- de esto depende la inflación.
Por esta razón, la política de reestructuración productiva debe mirar más lejos:
De lo contrario, la agricultura, la agroindustria y las manufacturas que produce desde hace décadas, solo solucionarán parte de los problemas económicos y sociales. Es necesaria una política de reestructuración productiva, con más investigación y mejor educación.
El presidente Petro conoce la necesidad de transformar la matriz productiva de Colombia, así como la importancia de invertir en el conocimiento y la investigación.
Estas políticas fueron objeto de inversiones muy insuficientes y no tuvieron en cuenta las diferencias entre las varias actividades productivas: no le apostaron a sectores estratégicos, donde pudiéramos o podamos tener ventajas competitivas o construir ventajas creadas mediante la inteligencia y el conocimiento.
Con todo lo anterior, no es un detalle menor el gabinete que falta por designar: ministros de comercio; industria y turismo (MCIT); de ciencia, tecnología e innovación (MCTI), y de Minas y Energía (MME).
El presidente Petro conoce la necesidad de transformar la matriz productiva de Colombia, así como la importancia de invertir en el conocimiento y la investigación. Esto lo podemos ver con la elección de su gabinete:
De la misma manera, el presidente tendrá que acertar en los nombramientos de los tres ministerios arriba referidos:
El asunto también estriba en saber de dónde saldrán los expertos y tecnócratas heterodoxos que se necesitan como viceministros, directores, técnicos y asesores.
De estos, existen muy pocos. Están en el exterior, en las universidades públicas, y, en menor cantidad, en las universidades privadas.
El cambio hay que hacerlo con nuevas inteligencias, para nuevas ideas y políticas.
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